Vamos a la guerra
Queremos tener la misma infancia
que tienen todos los demás niños
y no esta guerra.
Silvi Orión
Esta quietud no me deja moverme más allá de mis ojeras.
Ni abrirme a nadie, ni hacer abril de todos estos diciembres.
Ni susurrarte las legañas, ni incendiar las ganas.
No sé a dónde va a llevarme este desahucio de veranos.
Este envase reciclable de lo que fuimos.
Esta herida dibujada de todas las guerras que no hicimos,
intentando entender la nuestra.
¿Sumas o restas ?
Cuanto menos abrazo, más inútiles las extremidades.
Cuanto menos bailo, más me pierdo la música.
Cuanto menos estoy, más quiero que vengas.
Cuanto menos infancia, más reniego de mi padre.
Cuanta menos poesía, más necesidad.
Cuanto menos me rompo, más se me caen las lágrimas.
Cuanto menos te veo, más me lleno de rabia.
Cuanto más me cohíbo, menos sé expresarme.
Cuanto más amo, menos fortaleza siento.
Cuanto más siento, menos me atrevo.
Cuanto más extraño, menos puedo eludir la culpa,
mía o tuya.
Cuanto más miedo tengo, menos sonrío.
Cuanto más lejos, menos tengo de vosotros.
Cuanto más fracaso, menos sé dormir.
Cuanto más fuego, más pitis.
Cuanto más ruido, más birra.
Cuanto más sola me siento, más me aíslo.
Cuanto más coraza, más engaño.
Cuanto más oscuridad…
Solo quiero hacer estallar este caparazón.
La voz para ti dormida
No dejo entrar en mi círculo a cualquiera por la simple
razón de que no quiero a cualquier en mi círculo. Me irritan
los que te aconsejan sin pedirlo, los que te ofrecen la
mano con arrogancia sin haber vislumbrado la mitad de
tu dolor, los paternalistas, los padres frustrados y todos
aquellos que expresan con superioridad su camino entre
una nada y la otra. Los que intentan imponer sus dogmas,
los que creen continuamente tener la respuesta. Yo
veo tu frente demasiado erguida para todo lo que podrías
aprender. Yo amo la duda, la sencillez, los brazos que me
mecieron con desnudez violenta en veranos de lágrima.
Sé de los abrazos y el llanto del que vengo, conozco la
sensación de que te fallen las personas que más deberían
quererte, la soledad de 8.300 km de lejanía del río frente
al que besé por primera vez. Conozco las palabras de maldición
de un padre sobre sus hijas, y la lágrima más puntiaguda
cayendo por la mejilla de mi madre. Esta soledad
a veces tan impuesta y otras tan exigente, no necesita de
abrazos a medias, de sonrisas fingidas, de arrogancia de
mierda.