Poesías de Belinda Fernández

Aunque no me creas
esta condena de prófuga del hambre
me ha de llevar a Cartago sin señales
y el no tenerte duele doble
(esta nostalgia viaja conmigo
por primera vez).

Me robarán el corazón en el camino
(lo atesorará un pirata en su botín)
pero allá donde voy, no me hará falta.

Donde quiera que me encuentre
ensancharé la utopía de negociar la batalla
o volveré con ella a cuestas,
confrontando las negativas que bailen con mi destino.

Y pese a todo seguiré en pie y como buen cartaginés
exploraré el Mediterráneo para comprar o vender algo
(o acaso nada)
y de nuevo emprender el camino a ninguna parte.
Porque una vez que me haya ido
ya no reconocerás mis pasos.

Y tendrán que venir otros a contarlos.
Olvido
A veces nos echo de menos
mientras apuro un sorbo en el jardín.

Creo recordar tu ceño fruncido
mientras trazabas cometas de hielo
y fotografiábamos pueblos en extinción.

Yo quería jugar con balones pinchados
tú hacías de Cortázar por las calles de París
reconstruíamos bibliotecas cerradas
y llenábamos las estanterías con trofeos
que otros ganaron por nosotros.

Hoy te imagino agotando cigarrillos
preguntándote
(mientras dos palmeras separan sus copas
para darle voz al viento)
quién piensa menos en quién
y arrugando las horas en busca de nombres
que borren el mío.
Pero si no lo logras, tampoco es importante.
Tú me olvidarás antes
porque yo siempre recuerdo
a los protagonistas de los libros
que nunca se escribieron.

Noche furtiva
Espera a que el último hielo
se consuma
y el fuego secreto evapore
nuestras dudas
y arrebate
mis ganas de dormir.

Reserva esta noche
(resguárdala de tus ideas)
para que entre cócteles y música de baile
amanezca el tigre
sediento de carne
con tu lengua entre sus dientes.

Lluvia en la ciudad
Camino bajo la lluvia aburguesada
esa que pide la cuenta del café
y deja un leve olor a octubre
a un paso de su mañana de viernes.

Los cristales de las calles
se despiertan empañados
y me sirven de húmedo lienzo
para escribir tu nombre sin temerte.

La tormenta gris y serena
ajena a su propio lamento
hace que las miradas perdidas
se ahoguen en la ironía
bajo los gélidos portales de esta ciudad
huérfana de ti
harta de mis manías.
Escaparates grises increpan
a las sombrillas de colores
y mientras estas juegan al esgrima
pretendo no dejar de sentirme nueva
en este mundo de certezas y piel curtida.

La lluvia bautiza la ciudad recién nacida
y yo muero en cada lágrima gris
que ella derrama.

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