POESÍAS DE ANDREA PINACHO

QUERIDO INDOLENTELibro de poesía de Andrea Pinacho

He intentado expresarme;

no una, sino mil veces.

He sido incapaz de escribir con la idea de que luego tendré

que enviártelo,

de que lo leerás,

de perderme tu cara de corazón roto.

O no.

¡Insensible!

Te vi, estuve a tu lado, sentí tu tacto,

escuché tu voz firme, masculina y serena.

Esa voz que estimaba, esa que nunca llama,

esa que ya no está.

Cada vez más distante, vacío, casi cortante.

Me miras y solo veo el hueco de tu recuerdo,

me hablas y solo escupes mentiras, juego sucio.

No te quieras reír de mí.

No puede pasar tanto tiempo sin estar juntos,

no pongas más excusas baratas,

yo no puedo soportarlo.

¡Abre los ojos! ¿No lo ves?

Estamos a centímetros de distancia y permanecemos tan

separados…

Promesas vacías, llenas de escenarios, luces y cámaras.

No te creas tan buen actor, ya he visto lo que hay debajo

de la máscara.

Indolente. Pusilánime.

Estando junto a ti, tuve la imperiosa necesidad de acercar

mis labios a tu oído

y susurrarte mi dolor, quizás te arrugase el corazón.

¡Mentira!

Más mentiras que me rodean, las tuyas y las mías,

en las que me convenzo a mí misma que nos vamos a salvar,

que podemos cambiar, que solo puede ir a mejor.

¡Mentira!

Te quiero y no puedo rendirme pero me está ganando la

frustración y voy a tirar la toalla.

Me duele ver que eres otro, no te reconozco,

como una cara sin rostro.

Te quiero pero no estoy preparada para ti y tu absurda

autodestrucción,

bastante tengo con lo mío.

Quizás un breve tiempo…

Que acabará evaporándose y perdiendo la importancia.

Como todo ¿No te suena?

Palabras llenas de rabia, quiero ametrallar tu interior.

Batalla perdida, por supuesto.

Me rindo, esto es una despedida.

Ya no habrá lucha ni humor sarcástico a la hora de comer.

Así lo he decidido, esta pelea acaba aquí.

 

SUS DELGADAS MANOS

No dejes que la tristeza te moje los huesos,

que invada tu cuerpo,

que sea una enfermedad que se expande y te rompe.

No lo permitas. No estés enfermo.

Deja que te abrace con sus gélidos brazos,

que te acaricie con sus fríos y delgados dedos,

que te susurre con su inerte voz.

Que te contagie su desconsuelo, no como la gripe, sino por

esa empatía que da el haber pasado alguna vez por el desasosiego.

El dolor, de cuando en cuando, es provechoso y de agradecer

me atrevería a decir.

Nos hace más fuertes si lo superamos con entereza.

Nos hace más listos, más rápidos, nos prepara.

Nos hace crecer.

Sin embargo, si dicho dolor se hace con nosotros y no es

una mera fase, no hay quien salga.

La pena engancha, llega a gustar.

Los yonkis de las lágrimas.

Estar locos nos cautiva.

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