Aquí tienes la guillotina, querida
Mi madre me enseñó que la huida no es la solución,
que es el encuentro conmigo misma.
Y yo siempre le respondía que me encuentro muerta,
pero que soy la misma.
Siempre he sido de llevar armas
bajo el vestido ajustado,
sonreír
y esconder los cuchillos a los desconocidos
en cualquier bar
a las 2 de la mañana.
Sé que estoy enferma
porque la piel de mi rostro
se descascarilla,
Siempre seré autodestructiva,
mi abuela quiso suicidarse mes antes
de que yo estuviese viva.
Me vienes de familia.
Nunca supe ser más que qué o quién,
pero siempre supe desaparecer con y hasta.
Siempre nudo débil,
nadie dudó en deshacerme en marea baja.
No obstante, no sirve de nada la súplica
O la culpa,
cuando estoy pero no estoy,
estoy perdiendo.
Sin súplica, la culpa
me persigue allá donde vaya,
no proviene sólo de tus entrañas,
sino de las mías al querer enredarlas
con tu lengua.
No me despojes de ella,
no quieras cargar
con mi error evitable
a cuestas.
Las luces se encendieron para mí,
apagándotelas.
Y yo he perdido menos de lo que merezco.
Quizá necesitaría la mutilación de mis manos
que entrometidas
acarician.
La extirpación de mi corazón abandonado,
descatalogado
por anhelos.
Yo sigo bailando un vals sobre tus manos,
inconsciente.
He vomitado la última mariposa
que quedaba en mi estómago,
se ha posado eternamente en la ventana
del edificio de enfrente.
El beso no es una obra de arte,
ni es literatura entre dos amantes.
Es una cárcel pequeña,
insignificante,
que te agarra de los tobillos
y te lleva,
directa,
a la guillotina
que es el intento de olvido.