COMBATIMOS
Combatimos la soledad como podemos, con las armas que tenemos con las flechas que nos van quedando.
La anestesiamos a base de exceso y frenesí hay quien quema cucharas que burbujean hasta que todo su alrededor es una nube intangible hasta que ellos mismos son esa nube marrón.
Hay quien devora sin límites, mastica y mastica y después expulsar, vomitar, soltar la basura, como si nada pudiera llenar el pozo profundo que existe en sus adentros
como si todo fuera ingrávido y relativo
vida y muerte, bien y mal.
Hay quien intenta conectarse por la red de redes
con un millón de almas intangibles, misteriosas.
Hay quien tiene tanto like, tanto abrazo virtual
y tan poca piel sobre la que simplemente dejar reposar su cabeza
que duele.
Combatimos la soledad como podemos,
con las dudas que tenemos
con las vidas que nos van quedando.
RELOJES
A mis recuerdos y a las ruinas de mi memoria,
me enfrenté furioso con la vida,
vida llena de relojes, de normas dictatoriales,
marcando la conducta correcta, el camino a seguir.
Marcando mi pulso, como latidos artificiales
a los que nos obligan a apegarnos.
Me hablaron de cifras, de máquinas frías,
de índices de productividad.
Nadie me habló de mareas ni puestas de sol,
ni el titubeo nervioso que hace quebrar la voz,
si ella me observa, y me encandila, con sus faros negros,
con su piel dorada.
Nadie me enseñó a rasgarme las vestiduras,
a exiliarme del dictador, a librarme de la amargura,
me enseñaron álgebra y a ponerme el traje de las oraciones,
que lavan las culpas, sin haberse sentido culpable,
a mirar con devoción al cielo, y golpear al reo
que nunca hizo daño.
Y a la orilla del futuro, me olvidaré de las doctrinas,
miraré al horizonte, tranquilo, me espera la vida,
y te miraré fijo, y agarraré tu mano, sin más reloj que tu risa,
sin más ley que la que obliga a besar.
CANCIÓN PARA P
Un gorgoteo en el pecho propio
un hormigueo en el cerebro ajeno.
Esta es mi despedida,
la camisa negra de mis recuerdos.
Hay un agujero en mi pecho
y lo absorbe todo, nuestros recuerdos
el balcón de nuestra casa, las risas, cajones.
Recuerdo bien cuando decidí marcharme
recuerdo que llorabas, recuerdo a Zambra inquieta y nerviosa.
Probablemente haya colmado las necesidades
que pensaba tener sin saber que nunca más me despertarías disfrazada,
asustándome de broma.
Hay poco que pueda decir ahora,
puedo recordar, puedo echarte de menos,
pero ahora ya es como arrancarse la garganta,
gritar «sed» y tragar tierra
gritar «hambre» y vomitar hasta los recuerdos hermosos.
Pocas veces he reconocido esto
pocas veces he dejado romper la membrana
que esconde la foto, que esconde la risa
que esconden los años de compartir todo
que esconde la pasión, el cariño
el calor en el pecho, el volcán del abrazo
después de discutir, porque tú eres trueno
y ahora yo ceniza.
Este será un poema, en mi próximo libro
que tú nunca leerás,
que probablemente yo no recitaré,
pero creo que es la cosa más sincera
que esta calamidad ha dicho desde el «sí, quiero».