Septiembre
Que no,
que a veces las consecuencias son mortales.
A veces es no arriesgar para no perder,
en vez de hacerlo para ganar.
A veces prefieres conservar lo poco que tienes;
yo prefiero conservar lo poco que tengo de ti
y no abrir la boca.
Ponerte entre la espada y la pared
y acabar clavándomela en el pecho.
Te prefiero de mes en cuando tomando un café
y envidiando a quien te lo lleve a la cama.
Idealizándote, utilizándote de musa.
Prefiero coserme los labios
a contarte que odio madrugar,
pero que por ti adelantaría
todos mis relojes
y pospondría mi dosis de cafeína.
Prefiero hacerlo yo a que seas tú quien me clave la
aguja, como si de un muñeco vudú se tratase.
Prefiero enumerar cientos de excusas al resto
que enumerarte a ti miles de razones
para que te quedes.
Preferiría poder mandarte a la mierda,
que lejos ya lo estás.
Y ahora no sé si hubiera preferido
no haberme topado contigo
aquella media noche de septiembre.
Que desde entonces no avanzan los meses en mí
calendario.
Que cuando intento pasar página,
me corto y vuelvo a sangrar,
una y otra vez.
Necesito hacerlo, arrancar la hoja, arrugar el mes
y escupir el día.
Y tal vez cuando lo haya hecho llegue un momento
en el que rescate la bola de papel
del fondo del cubo de la basura.
Y tal vez, solo tal vez,
pueda llegar a leer esas diez letras
sin tartamudear:
Septiembre.
Pretendiéndote pretérita
No quería que sonase el despertador.
La habitación olía demasiado a despedida y no estaba
preparada para ello:
nunca lo he estado.
Debería haberme acostumbrado ya a este círculo
vicioso,
a los amaneceres sin luz,
a los abrazos sin calma,
a perder mi alma en los cajones donde guardas
tu ropa interior,
a los recuerdos…
En fin, debería haberme acostumbrado a nombrarte
pretérita,
pero algo va mal,
porque estoy escribiéndote.
Añade otra carta sin remite con tu olor en el dorso,
otro poema escrito con sangre,
otra canción en la carpeta de «Prohibidas».
Y yo que pensé que ya no dolías…
Ahora vuelvo a ver tus fotos rescatadas del fondo
de un trastero viejo,
deberíamos haberlas revelado en blanco y negro,
tanto color ya no pega.
Deberíamos haberlas guardado bajo llave,
o haber hecho fuego con ellas.
A veces,
siguen apareciendo corazones con el vaho
en el espejo,
y noto tus caricias recorriendo mi espalda de nuevo.
He aprendido a conformarme
y he cambiado tu cuerpo
desnudo
por mis cuadernos.
Manual para evitar
intercambios de miradas
He salido a pasear ahora que amenaza tormenta.
He salido ahora porque la gente huye de vuelta a casa
buscando refugio.
En estos momentos la palabra hogar no me pertenece,
no me pertenezco.
He salido a respirar para ahogarme, o al revés.
Estoy calada hasta los huesos, pero no siento nada.
He salido ahora para no tener que intercambiar miradas
ni responder preguntas absurdas
a gente que no me conoce.
He apurado las migajas de un tabaco seco
y he pensado en ti,
—no estoy para nadie,
pero he pensado en ti—.
Lo he hecho durante tanto tiempo
y de manera tan inconsciente
que el: «Eh, señora, ¿tiene hora?»
De un niño lleno de pecas me pilla muy de sorpresa.
Es la hora de volver,
que ya no llueve.